sábado, 12 de marzo de 2016

SEGUIR A CRISTO

Seguir a Cristo
12-03-2016

Son diferentes los modos y formas de seguir a Cristo, como son diferentes los modos y formas de ser llamados para dar testimonio del Hijo del Hombre, Jesús nos llama o nos invita a seguirle escuchando su palabra, a guardar en nuestros corazones la semilla de vida, a dar vida a su mensaje salvífico, etc. pero la forma más eficaz es seguirle, pisando como él, pisadas que dejan huellas de amor fraterno con olores de humildad, misericordia y entrega. Cristo ha de ser el centro de nuestras vida.

La consecuencia de que Cristo es el centro de la vida cristiana, es que el Cristiano tiene que seguir sus huellas y el camino trazado por Él. Este es uno de los elementos integrales de la moral cristiana, ya que en este seguimiento tiene que copiar los comportamiento de Jesús y seguir su huellas. Seguir a Jesús es oír su palabra y el mensaje del Reino. Entrar en el reino es servir y ser servidores (Mc. 10, 45; Lc. 22, 27; Jo. 13, 4 ss).

Por eso el acontecimiento más grande del cristiano es encontrarse con Cristo y desde ese momento acudir a su llamada y seguirle. Seguirle es responder sí a Dios como Cristo (Rom. 5, 10). Escucharlo (Mt. 17, 5, 19; Mc. 9, 7; Lc.9, 35). Dejarse reconciliar en el amor (2 Cor. 5, 18 ss.) Cristo sigue vivo en la iglesia, y nos sigue llamando. Pablo se encontró con Cristo en el camino de Damasco y cambió radicalmente su vida (1 Cor. 9,1; 15, 1;Ga1.1, 11-17). Lo siguió, renunciando a su pasado (Gal. 1, 17 ss.). Seguir a Jesús y ser su, discípulo es lo mismo que seguir sus huellas y marchar en pos de Él. Jesús hace siempre el camino delante de nosotros (Mt. 19.1-2); 20, 17-18; 21, 1; 26, 32; 28, 7). Para Lucas Jesús es el camino, la verdad y la vida (Lc.5, 11; 7,9; 11,23). Se sigue a Jesús, porque se cree firmemente en Él, como un absoluto. El llamamiento de Cristo es tan radical, que se antepone a la familia, a las riquezas, y a la misma vida (Mt. 21, 22; Lc.9, 61; Mt.19, 21; Lc. 14, 23).

Jesús es el Dios único y verdadero, el Hijo de Dios, el enviado del Padre, que nos llama para darnos su gracia y unirnos a la comunidad de los creyentes. La moral cristiana no es una simple ideología, sino una vivencia, que sumerge al creyente en las mismas entrañas de Cristo y que se aprende en el contacto personal con Él en la oración (Jo.1, 39). Jesús vive, Jesús nos mira y nosotros lo miramos. Teresa de Jesús decía: De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura y la tengo hoy en día" (Vida, 37, 4). Pablo habla de la identificación del Cristiano con Cristo: "Hijos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, haced que Cristo se forme en vosotros" (Ga1.4, 19)

Seguir a Jesús es oír su Palabra. Seguirle es servir y llenar el mundo de alegría y de paz. (Mc. 10, 45; Lc. 22, 27; Jo. 13, 4 ss). Seguirle es entrar en su compañía, oír su palabra y adherirse a ella, con toda el alma y todo el corazón y sin reservas (Mt. 8, 38). No solo Dios busca al hombre. Es el hombre el que debe buscar a Cristo, como el hijo pródigo a su padre para echarse en sus manos (Lc. 15, 11-32). El hombre actual, ante su vida vacía, tiene necesidad de Cristo, para que de sentido a su vida. El buen pastor busca a la oveja perdida y vive entre ellas (Lc. 15, 3). Cristo acoge a los pobres y a los pecadores y come con ellos (Lc. 15, 1-2). Jesús es el buen samaritano, que tiene abiertos los brazos a los pobres, a los perseguidos, a los que llevan heridas en su carne (Lc.10, 30-37). Cristo es un reguero de amor, de misericordia, de compasión con los hombres.

Este encuentro con Cristo, lo explica san Agustín en uno de los textos más bellos de los escritores cristianos. En él explica su itinerario hacia Cristo: "Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva y tú estabas dentro de mi y yo fuera. Y así por fuera te buscaba; y, por mi forma de ser, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían. Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspire, y ahora te anhelo; te gusté a ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste y deseé con ansia la paz que procede de ti. Cuando yo me acerqué a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mi y mi vida será realmente nueva, llena toda de ti. Tú, al llenarme de ti, me elevas más, y al no llenarme de ti, soy para ti una carga. Están en lucha mis alegrías, dignas de ser lloradas con mi tristeza, dignas de ser aplaudidas y no sé de qué parte está la victoria, ¡Ay, Señor, de mi! ¡Ten misericordia de mí! Están también en lucha mis tristezas malas con mis gozos buenos: no se a quien se ha de inclinar el triunfo, ¡Ay de mi, Señor. ¡Ten misericordia de mi. Yo no oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo soy enfermo. Tú eres misericordioso y yo estoy necesitado. ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quien gusta las molestias y trabajos? Tu mandas aguantarlos, no amarlos. Nadie ama lo que aguanta, aunque ame aguantarlo. Porque, aunque goce en aguantarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese nada que aguantar. Pero toda mi esperanza descansa solo en tu misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!


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