sábado, 2 de enero de 2016

HASTA CUANDO




¿Hasta cuando?
02-01-2016




Yahvé es el nombre del Dios del Éxodo, es el Dios de los excluidos, su palabra es sincera. El nombre de Yahvé en el Éxodo está vinculado a la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Así pues, se trata una vez más del Dios de la Alianza, que escucha el clamor, que se levanta y libera a los pobres oprimidos y a los necesitados que gimen.

El este año nuevo 2016 Yahvé continua siendo el Dios de los excluidos, es el Dios del éxodo de los pueblos oprimidos como antaño, por la esclavitud de sistemas opresores y totalitarios, por las guerras y por el hambre; pueblos olvidados que buscan el amparo y el auxilio de los pueblos ricos, sí, ¿ricos de qué? Porque, por su materialismo y avaricia han perdidos los valores fundamentales del ser humano de ayudar y compartir con sus hermanos.

En el Nuevo Testamento, encontramos grupos y personas que claman a Jesús y que son escuchados (Mc 4, 35-41; Lc 17, 11-19; Mt 15, 21-28), lo que indica que Jesús es el auxilio de Dios que salva a la humanidad (el nombre de Jesús significa «Dios salva», Mt 1, 21). Pablo exhortaba a las comunidades para que fueran fermento en la masa, es decir, para que fueran capaces de una acción transformadora en una sociedad corrupta (1Cor 6, 11; 12, 2; Ef 2, 1-10; Flp 2, 14-16).

En estos día los pueblos, la sociedad, los hombres siguen clamando y ¿cuáles son hoy los clamores del pueblo? ¿Por qué hay pobres oprimidos y necesitados que gimen? ¿Qué transmite la propaganda? Podemos rezarlo cuando sentimos que nos rodean la mentira, la falsedad, la opresión, la impunidad, la corrupción; cuando desaparece la fidelidad y la gente se devora entre sí; cuando sentimos que la palabra de Dios tiene que fermentar nuevamente la sociedad; cuando parece que los poderosos están ocupando el lugar de Dios; cuando nosotros mismos queremos que alguien nos salve .... como el salmista suplicamos:

¿Hasta cuando, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuando me esconderás tu rostro?
¿Hasta cuando he de estar preocupado, con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuando va a triunfar mi enemigo?
Atiende y respóndeme, Señor, Dios mío; da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte, para que no diga mi enemigo: "le he podido", ni se alegre mi adversario de mi fracaso.
Porque yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
Porque, yo confió en tu misericordia.

He empleado ya tantos años, tantos esfuerzos; he hecho tantos propósitos y malgastado tantas gracias; he dejado pasar tantas ocasiones y retrocedido tantas veces... que te explicarás por qué me impaciento y pregunto y vuelvo a preguntar: «¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?

«¿Hasta cuándo..., hasta cuándo..., hasta cuándo?» El grito repetido del alma en espera. ¿Cuánto tiempo me queda, cuánto he de esperar, cuánto tardará? ¿Cuánto me costará aprender a orar, dominar mi genio, llegar a la madurez, conseguir la paz?

Tú me entiendes bien, Señor, y entiendes este doble movimiento en mi alma, el anhelar y el descansar, la sed y la satisfacción, la impaciencia y la felicidad. Esa es la lección viva que aprendo en este Salmo que comienza por quejarse: «¿Hasta cuándo?», y acaba proclamando: «Yo confío en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho».

Tenemos todo un año por delante para aderezar nuestros caminos, confiemos en la misericordia del Señor; estamos en el año de la Misericordia proclamado por nuestro Pontífice Francisco, el Papa que quiere remozar a la iglesia, iglesia que esta como nosotros mismos, necesitamos renovación y limpieza, necesitamos revestirnos del espíritu del evangelio y vivir en comunión este año de la Misericordia con un nuevo espíritu de amor y perdón.

Dando un nuevo impulso a nuestras vidas, viviendo en nuestro interior con y, en el espíritu de Dios, así dejaremos de preguntarnos ¿Hasta cuando….? Porque ya no será necesario hacernos esa pregunta, porque habremos descubierto que Dios está en nosotros y nosotros en él. Porque, ya no estoy olvidado ni deprimido, vivo en la libertad de ser y sentirme hijo de Dios nuestro Señor y gozo de su presencia en mi corazón, por eso “yo confío en tu presencia misericordiosa”.


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