El Espíritu del Señor
15-05-2016
Quiero hacer normales todos y
cada momentos del día, no obstante, nada puedo organizar o preestablecer; otra
vez se repite la historia del día 19 de marzo, en menos de dos meses, otra
caída de Elena con fractura (en el mismo brazo izquierdo) de cabeza de fémur y rotura de la
2ª costilla del costado izquierdo, situación que siento más por ella que por mí,
los dolores son intensos y su estado se lo puede uno imaginar, por el contrario
ahora me toca estar constantemente a su lado y reemplazarla en todos los
quehaceres domésticos, en estas ocasiones es cuando verdaderamente nos damos
cuenta de la labor, constancia y sacrificios que soportan las amas de casa, “qué
imbéciles somos cuando menospreciamos la labor de una mujer que además de
llevar la carga de las labores domésticas de sus casas, crían a sus hijos, ¡son
verdaderas máquinas!”, dignas merecedoras del mayor reconocimiento a los
méritos de esas heroínas olvidadas que son nuestras esposas y madres de
nuestros hijos.
El párrafo anterior me sirve como
recordatorio de unos momentos difíciles en los cuales el esposo ha de soportar
todo aquello esfuerzos que nuestras compañeras hacen día a día con toda
normalidad, actos o acciones que engrandece a las mal llamadas amas de casas, o
como ocupadas en “sus labores”. Esto me trae a la memoria un comentario de un
obispo de Jaen cuando un procurador le pidió que firmase por una causa de canonización
de un beato del Opus, este respondió: que no firmaba ya que: “para santa su
madre, pues era la mayor santa que él conocía”.
Hoy es domingo de pentecostés, cuando me pongo a escribir, hace algún tiempo y de forma semi inconsciente dejé de pedir e
implorar al conductor de mis pensamientos que guíe mis pasos para plasmar mi sentir en esos momentos, hoy, ahora mismo lo haré, dejaré mi mente en blanco y
que fluyan las palabras:
Señor, no te cierres a mis sentimientos,
mi alma está sedienta de ti, elimina las durezas que aún quedan en mi corazón, forjadas
por la rudeza de mi vida, confío en ti pero, presiento la sequedad de un amor torturado
durante una vida repleta de obstáculos, para que no sea inútil los esfuerzos
truncados por mis debilidades, sé que tú estás y has estado siempre a mi lado,
unas veces no quería prestar atención a tus llamadas, otras el murmullo de mis
egos no me dejaban oír tu voz, pero la sonrisa de tu rostro y el musitar de tus
labios iluminaban mi alma. Cada día siento mermar mis facultades, sé, o intuyo
que dado mi edad, la merma es natural y lógica en una vida que transita por su
tramo final, no obstante, cada día y cada instante te bendigo y te alabo por
todo cuanto me regalas, como: mi cruz y el analgésico de ver cada día más tu
espíritu en todo cuanto me rodea, sigue enseñándome a amar y a amarte en los
demás, a servirte a través de todas tus criaturas, a sentir las alegrías y los
sufrimientos de nuestros semejantes, a dar y darme para aprender a hacer tu
voluntad. No permitas nunca yo deje de amarte y mucho menos renunciar o negar tu
Santo Nombre, aunque todo o casi todo sea o fuese negativo, quiero y deseo
amarte sobre todas las cosas, en Ti por sí mismo y en tu Espíritu manifiesto en
todo cuanto mis ojos y oídos puedan ver u oír
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