miércoles, 16 de diciembre de 2015

NO QUIERO SER TU CARCELERO



No quiero ser tu carcelero
16-12-2015

En este mundo de lo interior se perciben sensaciones inimaginables, mundos etéreos, sublimes y llenos de luz que se apagan como los sueños. También se perciben mundos atávicos, oscuros y llenos de inmundicias. Mundos angelicales, luminosos, mundos de espíritus alegres y satisfechos, pero, también “haberlos, ahílos” otros oscuros y demoniacos, llenos de reptiles y de seres abominables.

Estos mundos somos nosotros mismos, ambos suelen convivir dentro de nuestras mentes con movimientos circular o pendular, hay momentos de luces y de sombras, de acciones llenas de luz (positivas) y otras de negatividad u oscuridad. Nos dejamos llevar por movimientos continuos, habituándonos a esas alternancias que nos convierten en seres amorfos.

Otra forma de vernos así mismo es vernos como un castillo encumbrado, estos pueden ser fortalezas cerradas y oscuras, con ambientes enrarecidos, húmedos y hediondos. Por el contrario este castillo o fortaleza puede ser un habitáculo lleno de luz y con un aire puro y limpio.

En este adviento hemos de observarnos y preguntarnos: ¿somos una mansión llena de luz con ventanales abiertos para que el aire sea sano y respirable?, o, por lo contrario, ¿somos como una pocilga oscura y pestilente donde solo habitan seres inmundos?. Pudiera ser que tengamos una doble vida y seamos ambas cosas a la vez.

En realidad, ¿somos conscientes de ser templos vivos del Espíritu Santo y Dios mora en nosotros?, como lo afirma San Pablo en 1 Corintios 6:19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que mora en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?.

Abramos las ventanas de nuestro castillo interior para que entre la luz, el aire circule y se renueve haciendo habitable la estancia de Nuestro Señor, porque: es llegada la hora de vaciar este castillo de nuestras adherencias adquirida por el paso de la vida, desalojemos todo, dejemos limpias hasta las paredes, que entre la luz y el aire puro; así, vaciado de todo no encontraremos en su interior otra cosa que a esa parte pequeñita pero, infinitamente grande que es la luz de Dios (el Espíritu Santo) convertido en nosotros mismos, es verse cara a cara con el ser que habita en todo y ocupa todo lugar, por eso hemos de despojarnos totalmente, de desnudarnos ante Dios, solo así nuestro castillo interior estará lleno de luz y de vida.

Si ahora no nos liberamos interiormente, seremos como nuestros propios carceleros que nos mantienen prisioneros a la luz y a vida en la libertad de los hijos de Dios. No dejemos más pasar el tiempo, la vida es como soplo de viento o como sombra de nube que pasa. Son nuestras obras la que nos mantendrán prisioneros, esclavos de nuestros apegos o nos harán seres libres llenos de luz y vida, en esto consiste la gran responsabilidad de nuestro libre albedrío.



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