ASCÉTICA PARTE III
En la celebración de la
Eucaristía
En el signo del Pan y del Vino
consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, “Luz para revelación de las naciones y gloria
de tu pueblo Israel” (cf. Lc 2, 32), manifiesta la continuidad de su Encarnación. Permanece
vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su
Cuerpo y con su Sangre.
“Porque
mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6:55); “Estas cosas dijo en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaúm”. (Juan 6:59).
Otro de los momentos privilegiados en que el signo de la Cruz tiene particular significado
es cuando los cristianos nos congregamos para celebrar la Eucaristía.
Además de que la Cruz preside toda
la celebración, en un lugar notorio—no hace falta que esté sobre
el altar—, hay varios momentos en que de una manera u otra
hacemos sobre nosotros mismos la señal de la Cruz: al principio de la Misa, al comenzar el Evangelio y al
recibir la bendición final.
Empezar la Eucaristía con la señal de la Cruz grande, es como un recuerdo
simbólico del Bautismo: vamos a celebrar en cuanto que todos somos
bautizados, pertenecemos al Pueblo de los seguidores de Cristo, el Pueblo
consagrado como comunidad sacerdotal por los sacramentos de la iniciación
cristiana. Todo lo que vamos a hacer, escuchar, cantar y ofrecer, se debe
a que en el Bautismo nos marcaron con la señal de nuestra pertenencia a
Cristo. Además la Eucaristía apunta precisamente a la Cruz: es memorial de la Muerte salvadora de Cristo y quiere
hacernos participar de toda la fuerza que de esa Cruz emana, también para que sepamos ofrecernos a
nosotros mismos—la Cruz, hecha
nuestra—en la vida de cada día.
En el caso de esta señal de la Cruz que hacemos al principio de la Eucaristía se añade
todavía otro matiz interesante: la hacemos "en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo". Unimos, por tanto, el símbolo de la Cruz de Cristo con el Nombre santo del
Dios Trino.
La Cruz
de Cristo y el Dios Trino están íntimamente relacionados: el Cristo que
murió en la Cruz es el Hijo de Dios,
y es el que nos dio su Espíritu. Cuando fuimos bautizados, lo fuimos
también en este santo Nombre de Dios Trino. Cuando se nos perdonan los
pecados, o celebramos los demás sacramentos, invocamos o se invoca
sobre nosotros el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y,
además, trazando a la vez la señal de la Cruz de Cristo en todos los casos. Por tanto, empezar
conscientemente la Eucaristía con este doble recuerdo del Bautismo—la Cruz
y el nombre de la Trinidad—es dar a nuestra celebración su verdadera razón
de ser.
También hacemos la señal de la Cruz, esta vez en su forma de triple cruz, sobre la frente,
boca y pecho, al empezar el Evangelio. En rigor el Misal (IGMR 95) parece
indicarlo sólo del lector—diácono o sacerdote—, pero es costumbre que toda
la comunidad se santigüe en este momento. El sentido es bastante claro:
queremos expresar nuestra acogida a la Palabra que se va a proclamar.
Queremos hacer como una profesión de fe: la Palabra que escucharemos es la
de Cristo; más aún, es el mismo Cristo, y queremos que tome posesión
de nosotros, que nos bendiga totalmente, a toda nuestra persona
(pensamientos, palabras, sentimientos, obras). Es como si dijéramos: "atención,
en este momento nos va a hablar Cristo Jesús, nuestro Señor, al que
pertenecemos desde el Bautismo: su Palabra es en verdad salvadora y
eficaz, y quiere penetrar hasta el fondo de nuestro ser". Este es
también el motivo por el cual, en el rezo de la Liturgia de las Horas, nos
santiguamos al empezar los cánticos evangélicos, el Magníficat, el
Benedictus y el Nunc dimittis: no tanto porque sean cánticos, sino porque
son Evangelio (la única proclamación—cantada, además—del Evangelio en la
Liturgia de las Horas).
Sobre la señal de la Cruz que nos hacemos cuando el presidente nos bendice para
concluir la celebración, cfr. la reflexión de R. Grández, La bendición
final de los actos litúrgicos: Oración de las Horas 7-8 (1980)
181-184.
Sigue diciendo San Pablo en los versículos 13 al 15:
"Ustedes, en otro tiempo, estaban muertos espiritualmente a causa de
sus pecados y por no haberse despojado de su naturaleza pecadora; pero ahora
Dios les ha dado vida juntamente con Cristo en quien nos ha perdonado todos los
pecados. Dios canceló la deuda que había contra nosotros y que nos obligaba. Lo
eliminó clavándolo en la cruz. Dios despojó de su poder a los seres
espirituales que tienen potencia y autoridad, y por medio de Cristo los humilló
públicamente llevándolos como prisioneros en su desfile victorioso."
Cristo Jesús anuló el documento de la deuda que usted adquirió desde que
Adán y Eva pecaron y Caín mató a Abel y que era impagable. Con todos los
pecados atroces que ha cometido la humanidad, existía una deuda por la que
usted y yo estábamos destinados a la muerte eterna. Cristo pagó la deuda del
pecado del mundo con su muerte en la cruz.
No se asombre cuando el sacerdote, después de hacer usted su
confesión de todos los pecados que cometió, nada más le pone como penitencia
tres Ave Marías. ¡Ni 300 ni 3 millones de Ave Marías, ni 200,000 Padre
Nuestros, nada de lo que usted haga por sí mismo podrá pagar la deuda del
pecado cometido! La deuda la pagó Cristo muriendo y derramando Su sangre en la
cruz por usted. La penitencia es un símbolo con el que, en alguna forma
pequeñísima, usted se suma y completa la pasión de Cristo. Pero el que pagó la
deuda de nuestro pecado fue el Señor Jesús con Su muerte en cruz. Por
eso, la cruz es camino salvífico.
Usted solamente podrá asumir plenamente toda esa bendición si sube al
calvario y se deja clavar en la cruz. ¿No cree usted que mantener la fidelidad
y el amor matrimonial es clavarse en una cruz. ¿No es vivir crucificada la
madre auténtica que entrega toda su vida al servicio de sus hijos? ¿No vive
clavado en una cruz el empresario honesto o el campesino serio y
trabajador que no roba a nadie?
Lo más fácil y divertido es ser ladrón y tramposo, consiguiendo
dinero mal habido. Ser contrabandista o narcotraficante produce ganancias y la
plata llega rápido. Eso parece bueno, pero qué maldición se adquiere con ese
dinero que cuesta la vida de otros, como sucede con los que trafican
drogas.
Pero clavarse en la cruz de la honestidad, ser un trabajador
serio, que se gana cada centavo con el sudor de su frente, sin quitarle nada a
nadie, es subir al monte calvario. Ser fiel en el matrimonio por amor y no
andar con otras mujeres u otros hombres es dejarse clavar en la cruz del
calvario. Ser fiel no es fácil; cuesta. Pero el que lo hace demuestra que ama y
el amor lleva a la persona a la perfección.
La madre soltera que cuida a sus hijos pasando toda clase de sacrificios,
los cría bien y no los abandona es una mujer que sube al monte calvario, se
deja clavar en la cruz del amor por sus hijos y se hace santa. Eso es
ser cristiano--mantenerse clavado en la cruz y no querer escaparse de
las cruces para vivir una vida irresponsable. Como es el caso de esos
hombres que hacen hijos en diferentes partes y nunca los atienden. No aceptan
la cruz del compromiso y de adquirir la responsabilidad de un buen padre
con sus hijos.
¡Cuidado, porque los que no quieren cargar sus cruces se pueden condenar!
La cruz es camino salvífico y solamente aquellos que humildemente suben
al monte calvario y se dejan crucificar por amor serán salvados por el Señor.
Que tengan cuidado aquellos que huyen de las cruces y prefieren vivir su
vida cómoda, tranquila, sin preocupaciones y viviendo del cuento. Los que no
quieren adquirir compromisos en la vida se están jugando la salvación, porque
la cruz es camino salvífico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario