domingo, 13 de septiembre de 2015

ASCÉTICA PARTE III





ASCÉTICA PARTE  III

En la celebración de la Eucaristía



En el signo del Pan y del Vino consagrados, Jesucristo resucitado y glorificado, “Luz para revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel (cf. Lc 2, 32), manifiesta la continuidad de su Encarnación. Permanece vivo y verdadero en medio de nosotros para alimentar a los creyentes con su Cuerpo y con su Sangre.

Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6:55); “Estas cosas dijo en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaúm”. (Juan 6:59).

Otro de los momentos privilegiados en que el signo de la Cruz tiene particular significado es cuando los cristianos nos congregamos para celebrar la Eucaristía. Además de que la Cruz preside toda la celebración, en un lugar notorio—no hace falta que esté sobre el altar—, hay varios momentos en que de una manera u otra hacemos sobre nosotros mismos la señal de la Cruz: al principio de la Misa, al comenzar el Evangelio y al recibir la bendición final. 

Empezar la Eucaristía con la señal de la Cruz grande, es como un recuerdo simbólico del Bautismo: vamos a celebrar en cuanto que todos somos bautizados, pertenecemos al Pueblo de los seguidores de Cristo, el Pueblo consagrado como comunidad sacerdotal por los sacramentos de la iniciación cristiana. Todo lo que vamos a hacer, escuchar, cantar y ofrecer, se debe a que en el Bautismo nos marcaron con la señal de nuestra pertenencia a Cristo. Además la Eucaristía apunta precisamente a la Cruz: es memorial de la Muerte salvadora de Cristo y quiere hacernos participar de toda la fuerza que de esa Cruz emana, también para que sepamos ofrecernos a nosotros mismos—la Cruz, hecha nuestra—en la vida de cada día. 

En el caso de esta señal de la Cruz que hacemos al principio de la Eucaristía se añade todavía otro matiz interesante: la hacemos "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Unimos, por tanto, el símbolo de la Cruz de Cristo con el Nombre santo del Dios Trino.

La Cruz de Cristo y el Dios Trino están íntimamente relacionados: el Cristo que murió en la Cruz es el Hijo de Dios, y es el que nos dio su Espíritu. Cuando fuimos bautizados, lo fuimos también en este santo Nombre de Dios Trino. Cuando se nos perdonan los pecados, o celebramos los demás sacramentos, invocamos o se invoca sobre nosotros el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y, además, trazando a la vez la señal de la Cruz de Cristo en todos los casos. Por tanto, empezar conscientemente la Eucaristía con este doble recuerdo del Bautismo—la Cruz y el nombre de la Trinidad—es dar a nuestra celebración su verdadera razón de ser. 

También hacemos la señal de la Cruz, esta vez en su forma de triple cruz, sobre la frente, boca y pecho, al empezar el Evangelio. En rigor el Misal (IGMR 95) parece indicarlo sólo del lector—diácono o sacerdote—, pero es costumbre que toda la comunidad se santigüe en este momento. El sentido es bastante claro: queremos expresar nuestra acogida a la Palabra que se va a proclamar. Queremos hacer como una profesión de fe: la Palabra que escucharemos es la de Cristo; más aún, es el mismo Cristo, y queremos que tome posesión de nosotros, que nos bendiga totalmente, a toda nuestra persona (pensamientos, palabras, sentimientos, obras). Es como si dijéramos: "atención, en este momento nos va a hablar Cristo Jesús, nuestro Señor, al que pertenecemos desde el Bautismo: su Palabra es en verdad salvadora y eficaz, y quiere penetrar hasta el fondo de nuestro ser". Este es también el motivo por el cual, en el rezo de la Liturgia de las Horas, nos santiguamos al empezar los cánticos evangélicos, el Magníficat, el Benedictus y el Nunc dimittis: no tanto porque sean cánticos, sino porque son Evangelio (la única proclamación—cantada, además—del Evangelio en la Liturgia de las Horas). 

Sobre la señal de la Cruz que nos hacemos cuando el presidente nos bendice para concluir la celebración, cfr. la reflexión de R. Grández, La bendición final de los actos litúrgicos: Oración de las Horas 7-8 (1980) 181-184. 



Sigue diciendo San Pablo en los versículos 13 al 15:
"Ustedes, en otro tiempo, estaban muertos espiritualmente a causa de sus pecados y por no haberse despojado de su naturaleza pecadora; pero ahora Dios les ha dado vida juntamente con Cristo en quien nos ha perdonado todos los pecados. Dios canceló la deuda que había contra nosotros y que nos obligaba. Lo eliminó clavándolo en la cruz. Dios despojó de su poder a los seres espirituales que tienen potencia y autoridad, y por medio de Cristo los humilló públicamente llevándolos como prisioneros en su desfile victorioso."
Cristo Jesús anuló el documento de la deuda que usted adquirió desde que Adán y Eva pecaron y Caín mató a Abel y que era impagable. Con todos los pecados atroces que ha cometido la humanidad, existía una deuda por la que usted y yo estábamos destinados a la muerte eterna. Cristo pagó la deuda del pecado del mundo con su muerte en la cruz.
 No se asombre cuando el sacerdote, después de hacer usted su confesión de todos los pecados que cometió, nada más le pone como penitencia tres Ave Marías. ¡Ni 300 ni 3 millones de Ave Marías, ni 200,000 Padre Nuestros, nada de lo que usted haga por sí mismo podrá pagar la deuda del pecado cometido! La deuda la pagó Cristo muriendo y derramando Su sangre en la cruz por usted. La penitencia es un símbolo con el que, en alguna forma pequeñísima, usted se suma y completa la pasión de Cristo. Pero el que pagó la deuda de nuestro pecado fue el Señor Jesús con Su muerte en cruz. Por eso, la cruz es camino salvífico. 
Usted solamente podrá asumir plenamente toda esa bendición si sube al calvario y se deja clavar en la cruz. ¿No cree usted que mantener la fidelidad y el amor matrimonial es clavarse en una cruz. ¿No es vivir crucificada la madre auténtica que entrega toda su vida al servicio de sus hijos? ¿No vive clavado en una cruz el empresario honesto o el campesino serio y trabajador que no roba a nadie?
 Lo más fácil y divertido es ser ladrón y tramposo, consiguiendo dinero mal habido. Ser contrabandista o narcotraficante produce ganancias y la plata llega rápido. Eso parece bueno, pero qué maldición se adquiere con ese dinero que cuesta la vida de otros, como sucede con los que trafican drogas. 
Pero clavarse en la cruz de la honestidad, ser un trabajador serio, que se gana cada centavo con el sudor de su frente, sin quitarle nada a nadie, es subir al monte calvario. Ser fiel en el matrimonio por amor y no andar con otras mujeres u otros hombres es dejarse clavar en la cruz del calvario. Ser fiel no es fácil; cuesta. Pero el que lo hace demuestra que ama y el amor lleva a la persona a la perfección. 
La madre soltera que cuida a sus hijos pasando toda clase de sacrificios, los cría bien y no los abandona es una mujer que sube al monte calvario, se deja clavar en la cruz del amor por sus hijos y se hace santa. Eso es ser cristiano--mantenerse clavado en la cruz y no querer escaparse de las cruces para vivir una vida irresponsable. Como es el caso de esos hombres que hacen hijos en diferentes partes y nunca los atienden. No aceptan la cruz del compromiso y de adquirir la responsabilidad de un buen padre con sus hijos. 
¡Cuidado, porque los que no quieren cargar sus cruces se pueden condenar! La cruz es camino salvífico y solamente aquellos que humildemente suben al monte calvario y se dejan crucificar por amor serán salvados por el Señor. Que tengan cuidado aquellos que huyen de las cruces y prefieren vivir su vida cómoda, tranquila, sin preocupaciones y viviendo del cuento. Los que no quieren adquirir compromisos en la vida se están jugando la salvación, porque la cruz es camino salvífico. 



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