jueves, 10 de septiembre de 2015

LA CRUZ Y EL BAUTISMO

La Cruz y el Bautismo:

A la hora de empezar la vida cristiana, la señal de la cruz es como una marca de posesión y de fe en Cristo Salvador.

El bautismo es un rito elocuente por demás. La cruz también es una renovación del bautismo. El sacerdote (y después los padres y padrinos) hacen al bautizando la señal de la Cruz en la frente: “te signo con la señal de Cristo Salvador...

En el caso del Bautismo de Adultos es todavía mas explícito el gesto. El sacerdote le signa en la frente diciendo: "recibe la cruz en la frente: Cristo mismo te fortalece con la señal de su victoria; aprende ahora a conocerle y a seguirle".

 

El sacramento del bautismo significa la muerte y la resurrección, como lo que hizo Cristo en la Cruz.

El Bautismo nos hace entrar en el misterio de Cristo
Un momento particularmente expresivo en que sobre nuestras
personas se traza la señal de la Cruz es el del bautizo. 
En verdad, a la hora de empezar la vida cristiana, la señal de la cruz es como una marca de posesión y de fe en Cristo Salvador. No es algo mágico, como una especie de amuleto protector: sino una profesión de fe en la persona de Cristo, que, en su Cruz y por su Cruz, nos ha conseguido la salvación y, que esperamos que durante toda nuestra vida nos siga bendiciendo. 
Por eso, siempre que hacemos la señal de la Cruz estamos
recordando en algún modo el Bautismo. Y es una costumbre cristiana digna de alabanza que los padres, que en el rito del bautizo han participado en esta asignación a sus hijos, sigan haciéndolo en la vida. Muchos padres cristianos trazan esta señal sobre sus hijos en el momento de acostarlos, de enviarles a la escuela, al comienzo de un viaje. Hecha con fe, este gesto es un signo de que lo que empezó en el Bautismo, la vida cristiana, se quiere que continúe desarrollándose y creciendo. Sus hijos son también hijos de Dios, pertenecen a Cristo. Es como si les dijeran: "el que tomó posesión de ti en el Bautismo te acompañe en todo momento". 
La misma señal de la Cruz se trazará al final, en los ritos
sacramentales de la Unción, y las exequias, sobre el cristiano que lucha contra la enfermedad o que está próximo a la muerte. En muchas regiones es costumbre que los familiares hagan la cruz sobre la frente del difunto: así nuestra vida cristiana queda enmarcada, desde principio a fin, con el signo victorioso de la Cruz de Cristo. 



LA CRUZ, UN SIMBOLO ELOCUENTE

(1 Cor 1:18,19-22,23). 18Porque para los que están pereciendo, el mensaje de la cruz es locura; pero para nosotros que estamos siendo salvados, la cruz es poder de Dios. 19 Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los inteligentes. 22Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; 23pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: que para los judíos es tropezadero, y para los gentiles es locura.
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la iglesia o en nuestras casas. Pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo. La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana. 
La Cruz es todo un discurso: nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es Juez y Señor, pero a la vez Siervo, que ha querido llegar a la total entrega de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua —muerte y resurrección— ha dado al mundo la reconciliación y la Nueva Alianza entre la humanidad y Dios... 
Esta Cruz ilumina toda nuestra vida. Nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria de Cristo, a través de la renuncia a sí mismo, y nos compromete a seguir el mismo estilo de vida para llegar a la nueva existencia del Resucitado.
La Cruz, que para los judíos era escándalo y para los griegos
necedad (1 Cor 1,18-23), que escandalizó también a los discípulos de Jesús, se ha convertido en nuestro mejor símbolo de victoria y esperanza, en nuestro más seguro signo de salvación y de gloria. 
No es de extrañar que, cuando en nuestra celebración empleamos el gesto simbólico del incienso —signo de honra, de veneración y alabanza— sea en primer lugar la Cruz la que reciba nuestro homenaje. En esa Cruz se centra nuestra comprensión de Cristo y de su Misterio Pascual. Ahí esta concentrada la Buena Noticia del evangelio. Todas las demás palabras y gestos simbólicos lo que hacen es explicar, desarrollar (y, a veces, oscurecer) lo que nos ha dicho la Cruz... 


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