viernes, 11 de septiembre de 2015

LA CRUZ Y LA ASCÉTICA (I)





LA CRUZ Y LA ASCÉTICA  (I)




La Cruz es una verdadera cátedra desde la cual Cristo nos predica siempre la gran lección sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo y sobre la vida cristiana. Generalmente no nos damos cuenta porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia o en nuestras casas.

Esta es la Cruz que ilumina nuestra vida, que nos da esperanza y que nos muestra el camino, es la Cruz quien nos presenta a un Dios que trascienden en la lejanía, pero al mismo tiempo es más íntimo que cercano. Un Cristo que en su muerte y resurrección ha dado al mundo la reconciliación entre Dios y la humanidad. Un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor.

Una vida según la Cruz
Todo gesto simbólico, todo signo, pueden ayudarnos por una parte a entrar en comunión con lo que simboliza y significa. Que es lo importante. Y por otra, puede ser también un peligro, si nos quedamos en la mera exterioridad. Entonces el gesto se convierte un poco en gesto mágico, ritual, rutinario, que no significa nada ni nos lleva a nada. 

De tanto ver la Cruz, y de tanto hacer sobre nosotros su señal, se puede convertir en un gesto mecánico, que no nos dice nada. Y más cuando se puede convertir sencillamente en un objeto de adorno, más o menos estético y precioso, pero que no parece indicar que comporte una auténtica fe en lo que significa. 

Cuando colocamos una Cruz en nuestras casas, o la vemos en la iglesia, o nos hacemos la señal de la Cruz al empezar el día, al salir de casa, al iniciar un viaje, o —ya dentro de la celebración— cuando nos santiguamos al empezar la Eucaristía o al recibir la bendición final, deberíamos dar a nuestro gesto su auténtico sentido. Debería ser un signo de nuestra alegría por sentirnos salvados por Cristo, por pertenecerle desde el Bautismo. Un signo de victoria y de gloria: nosotros como cristianos "nos gloriamos en la Cruz de Nuestro Señor Jesús" (Gal 6,14) y nos dejamos abarcar, consagrar y bendecir por ella. 

Más aún. Esta señal de la Cruz repetida quiere ser un compromiso: porque la Cruz es el símbolo mejor del estilo de vida que Cristo nos ha enseñado. La imagen o la señal de la Cruz quieren indicarnos el camino "pascual", o sea, de muerte y resurrección, que recorrió ya Cristo, y que nos invita ahora a nosotros a recorrer: "si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame" (Mt 16,24) 

Es fácil cantar: "victoria, tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás". Y fácil también hacer, más o menos distraídamente, la señal de la Cruz en esos momentos en que estamos acostumbrados. Lo que es difícil es escuchar y asimilar todo el mensaje que nos viene predicado desde este símbolo. Un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y resurrección. De vida cristiana entendida como servicio. Y un recordatorio —todavía— no sólo de Cristo, sino de todos los que han sufrido y siguen sufriendo en nuestro mundo: Cristo, en la Cruz, es como el portavoz de todos los que lloran y sufren y mueren, a la vez que es la garantía y la proclama de victoria para todos. 

Los cristianos, a la Cruz, le tenemos que reconocer todo su
contenido, para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz, y si nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena. 

  

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